Felipe II subió al trono en 1556, heredando todas las posesiones de Carlos I menos el imperio alemán. Sus obejetivos principales fueron: la defensa del catolicismo y el mantenimiento de la hegemonía dinástica en Europa.
Gobernó desde España, donde instaló una capital administrativa, Madrid.
Durante su reinado, tuvo que hacer frente a graves conflictos, tanto internos como externos: la sublevación de los moriscos de las Alpujarras, que se habían convertido al catolicismo para permanecer en España, y se acabaron levantando en una guerra cruel contra el trato discriminatorio que recibían; las alteraciones de Aragón, debidas a que las decisiones del monarca chocaban con los privilegios forales aragoneses; el bandolerismo; las disputas con Inglaterra por mantener el control marítimo, que acabaron fracasando con la derrota de la Armanda Invencible; los enfrentamientos contra los turcos, para los cuales se creó la Liga Santa (alianza entre en Papado, Venecia y el monarca) que logró acabar con el mito de la invencibilidad otomana en Lepanto; y el más grave de los confilctos, la rebelión de Flandes: los nobles y calvinistas se imponían al gobierno absolutista de Felipe II, a lo que este respondió por medio de la represión enviando un gran ejército. No pudo evitar que las provincias del norte consiguiesen la independencia y se conformaran en las Provincias Unidas.
Como factor positivo de su reinado, podemos destacar la unión con Portugal, conformándose el mayor imperio territorial y marítimo que había existido hasta entonces.
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